Cadena de favores

Trabajar creando nuevos servicios para romper el tabú de la muerte desde el sector funerario casi siempre implica verte envuelto en historias de dolor, y en ocasiones de incomprensión, pues la muerte no es fácil para casi nadie. Pero a veces, de una vivencia dura, como enfrentarse a la muerte de un hijo, salen historias maravillosas, como la de una mujer extranjera, sin recursos, que hace poco perdió su bebé de 38 semanas en un hospital de Barcelona.

La joven había esperado pacientemente poder obtener las huellas de los pies de su hijo, tal y como le habían prometido en el centro hospitalario, pero las prisas y, en ocasiones, los olvidos jugaron en su contra. En el hospital ya no se podía hacer nada, puesto que el cuerpo del bebé se encontraba en la funeraria.

Y de golpe, la mujer contactó, llorando, desesperada, con Laura, la empleada de la oficina funeraria, situada en el hospital, que la escuchaba con detenimiento. Se trataba de una historia especial, que la removió por dentro y decidió buscar la implicación de sus colegas para alentar los sollozos de aquella joven.

Días después, Laura explicó el caso a Myriam y ambas decidieron ponerse en contacto con otros compañeros de la empresa para conseguir las huellas del pie del pequeño y plasmarlas en un papel. Estaban decididas a dar una pequeña sorpresa a la mujer, algo que, seguro, le ayudaría a procesar su duelo.

Buscaron junto a un compañero del almacén un estoque de unos recordatorios ya descatalogados para poder impregnar las huellas y escogieron una frase adecuada, y finalmente, optaron por un emblema de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.

Un osito de peluche y un gorro en el féretro

Pero su implicación fue más allá. Consiguieron, con la colaboración de más personal, que la mujer pudiera estar presente en el entierro de su hijo, algo poco común en el caso de personas que pierden a su bebé antes de nacer y que, por falta de recursos, se ven obligadas a hacer un entierro de beneficencia. De esta manera, la madre podría despedirse de su hijo y colocar, dentro del féretro, un gorro y un osito de peluche, tal y como había pedido.

Semanas más tarde, unas amigas de Laura también decidieron apoyar la causa y pagaron de su bolsillo una joya con la huella dactilar del pequeño, algo que la joven no se había podido permitir económicamente.

Y finalmente llegó el día del entierro. Con la excusa de entregarle una documentación a la madre, Laura y Myriam quedaron con la mujer y le entregaron un marco con el recordatorio y las huellas dactilares y una pequeña caja con un mechón de pelo de su hijo. Su cara era de sorpresa, emoción e incredulidad. No se lo podía ni creer y se deshizo en agradecimientos a quienes se habían implicado para hacerlo posible.

Durante aquellos días mi compañera Myriam me explicó la historia y especialmente cómo se sentía por dentro: “Mientras lo preparábamos, todos teníamos un sentimiento de plenitud, de confort, de saber que estábamos haciendo una buena labor. Aquellos días nos íbamos encontrando con la participación, colaboración y el entusiasmo de algunos compañeros, al igual que el rechazo o la incredulidad de otros”, aseguraba.

Juntos hicieron posible un pequeño deseo con la implicación entusiasta de un grupo de personas conmovidas por aquella vivencia. Tal y como la misma Myriam confesó, todos ellos, por un momento, durante aquellos días se sintieron protagonistas de la película Cadena de favores.

“¿Cómo puedes trabajar en una empresa de servicios funerarios? ¡Yo no podría vivir tan de cerca la muerte!”, me confiesan casi siempre algunos amigos y familiares. Experiencias como ésta no sólo reconfortan, sino que diariamente me reconcilian con mi objetivo profesional: humanizar el abordaje ante la muerte.

Post dedicado a Laura Piedra, Myriam Julià y al resto de compañeros de Serveis Funeraris de Barcelona – Grup Mémora que hicieron posible esta cadena de favores y especialmente a Laura y Myriam por escribir la primera versión de esta experiencia y prestarme esta historia para el blog. 

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