¿Cómo afrontar tu duelo cuando la muerte ajena te toca de cerca?

“Aparte de la pérdida de un ser querido, al poco tiempo has de seguir trabajando en lo mismo. El tiempo de duelo personal es más largo. Ni somos más duros ni somos más débiles, seguimos siendo personas”. Estas son algunas de las reflexiones que profesionales de Servicios Funerarios de Barcelona trasladan al ser preguntados por el impacto de la muerte de un familiar o amigo y la repercusión en el día a día de su trabajo.

¿Cómo pueden dar apoyo, consuelo, dirigir una ceremonia y estar al lado de las familias cuando ellos, hace pocos días, han perdido un ser querido? ¿Cómo lo hacen? ¿Los años de profesión curten o te hacen más sensible a la muerte?

En este vídeo, elaborado por Duelia con el apoyo de Grupo Mémora, asesores personales, un capellán, un músico, un tanatopractor, un conductor de coche fúnebre, y técnicos de protocolo y ceremonias contestan a estas preguntas. Las técnicas, habilidades, conocimientos y experiencias profesionales de todos ellos pueden ayudar a afrontar una situación de muerte cercana, pero no es así en todos los casos.

Todos los testimonios muestran como el rol profesional y personal se retroalimenta de manera constante. A veces, los conocimientos profesionales se desmoronan y no sirven de nada en el momento que uno se enfrenta a la muerte de un familiar. “Fui incapaz de saber qué tenía que hacer con los trámites ante la muerte de mi madre”, explica Marc Castillo, asesor personal de Grupo Mémora, con una larga experiencia en el ámbito de la tramitación.

En otros casos, algunos profesionales afirman que vivir un proceso de final de vida y de duelo complicado, como la muerte de un hijo o de los padres, les han tocado tan internamente que han impactado en su vertiente profesional, a la hora de dar apoyo y soporte a las familias.
Es por ello que la formación, los espacios de reflexión entre los profesionales y los puntos de discusión y encuentro siguen siendo esenciales para elaborar el propio duelo y levantarse para poder ayudar a quienes también lo sufren y requieren apoyo.

La clave está en trabajar la vertiente personal, pero también profesional para afrontar la muerte o el proceso de duelo, sea ajeno o cercano. Hay mundos que a veces no son tan indivisibles, porque aunque uno tenga la conciencia de ponerse en su rol profesional, sigue siendo la misma persona y su interior emocional es compartido.

Cuando hay que afrontar la Navidad con la gran ausencia

La Navidad está a la vuelta de la esquina y con ella todas las celebraciones y tradiciones familiares. Largas y copiosas sobremesas, entregas de regalos, preparaciones de sabrosos platos y compras para hacer de pajes de los Reyes Magos o de enviados de Papa Noel.

En fin, esto es para muchas familias el prototipo idílico de las fiestas de Navidad, pero ¿qué hacer cuando debemos afrontarlas con la ausencia de alguien muy querido?

Es probable que la Navidad sin este ser querido, especialmente si se trata de alguien muy próximo, como la pareja o el hijo, ya no vuelva a ser la misma. Esto seguro. Pero el primer año, para qué negarlo, será el más difícil, el más complicado. Superarlo forma parte del proceso, del duelo.

Emi Armengol, en su libro ‘Una silla vacía’ (Pagès editors) explica en primera persona la primera Navidad con la ausencia de su hijo.

“Me costó muchas pasar las primeras Navidades sin tí, hijo. Cuando llegaban estas fechas me sentía inmensamente triste. Pero con el tiempo y muchos esfuerzos éste vacío y éste dolor han dejado paso a una inmensa estimación, a una añoranza intensa, a una sensación de presencia dentro de mí. Hoy, día de Navidad te pienso especialmente y en todos los días de Navidad que te sobreviva será así. Ésta es la tercera Navidad sin ti. Hoy alzo los ojos y recuerdo el escenario en el que tú también estabas. Repaso momentos pasados y siento tu voz que pregunta: ¿Quién viene a comer hoy? También escucho tu risa cuando abrías un regalo especial. Y yo abría vuestros regalos. Y poco a poco tomo consciencia de un sentimiento que está dentro de mí: nadie podrá quitarme el trozo de historia que hemos compartido. Ahora me siento preparada para afrontar la Navidad y el resto de días que me queden”.

¿Pero qué hacer con la silla vacía? ¿Qué actitud tomar cuando lo que se siente dentro es tristeza? ¿Cómo deben gestionarlo el resto de allegados? ¿Hay que permanecer anclado en la tradición y comportarse como si nada hubiera pasado o afrontarlo con entereza y si fuera el caso hablarlo abiertamente y recordar a la persona que ya no está entre nosotros?

La respuesta está en los sentimientos de cada persona. Hay quien optará por la huida e irse de viaje lejos de las mesas familiares, otros por incorporarse a las tradiciones de siempre o por buscar la mano de los amigos y de los más allegados.

Lo importante es decidir según los sentimientos de cada uno y sobre todo no juzgar a nadie por sus decisiones. Y si una vez en la mesa tenemos ganas de recordar a la persona, pues recordad. Y si en vez de ello, queremos llorar, pues llorad.

En los próximos años seguramente sirva echar la vista atrás, pero no para revolcarse en el dolor, sino para reflexionar sobre el avance de nuestro proceso de duelo. Puede que al fin, con el paso del tiempo, percibamos esta silla vacía con una profunda estimación, con añoranza, pero sin dolor. Y especialmente con serenidad.

Me cuesta imaginarte para siempre ausente.
Tantos recuerdos tuyos se me acumulan
que no dejan espacio a la tristeza
y te vivo intensamente sin tenerte.
No quiero hablarte con voz melancólica,
tu muerte no me quema las entrañas,
ni me angustia, ni me quita el deseo de vivir.

Libre d’absències (Libro de ausencias), de Miquel Martí i Pol (1929-2003)

¡Nadie se acostumbra a la muerte!

¿Quiénes trabajan en una empresa de servicios funerarios se acostumbran a la muerte? Ésta es una de las preguntas que algunos de los profesionales que dirigen las ceremonias laicas reciben frecuentemente por parte de los amigos y familiares de los difuntos al finalizar estos eventos.

Pues no, nadie se acostumbra a ello: ni quienes dirigen las ceremonias laicas, ni aquellos que deben gestionar los últimos trámites antes de la despedida ni tampoco quienes ofrecen las flores, la música, el féretro, las esquelas y los recordatorios que suelen entregarse para dar el adiós a nuestros seres queridos.

Me ha hecho pensar en ello mi compañera Amelia, cuando esta tarde, desde su más sincera espontaneidad, reflexionaba ante ello frente a las personas que hoy se han reunido en el tanatorio de Les Corts de Barcelona para participar en el IV Memorial Laico organizado por Serveis Funeraris de Barcelona-Grupo Mémora para recordar a familiares y amigos a quienes este año despidieron con una ceremonia laica.

El ceremonial mezcla lecturas, poesía, una encendida de velas, canciones y relatos con palabras que pretenden sanar y ayudar a los allegados a superar el duelo y acompañarlos para traducir el dolor y la tristeza en recuerdo. Desde hace algunos años, las imágenes de aquellos que nos dejaron protagoniza la parte final del encuentro.

Fotografías de hombres y mujeres en la montaña, al lado de su familia, el día de su boda, coronando un pico, en reuniones con amigos… Pese a que en ocasiones, alguien se quiebra por el dolor, la mayoría de los presentes se siente reconfortado por el espíritu de vida que transmiten, en las imágenes, quienes que ya no están aquí.

Se trata de un evento hecho con sensibilidad y especialmente próximo, también para aquellos que lo organizan y quienes viven los preparativos de cerca.

Hoy, durante el ceremonial, una compañera de trabajo, al escuchar una de las Gymnopedies de Erik Satie me ha confesado: “Tengo decidido que ésta sea la canción que se toque el día de mi funeral”.

Lo que hoy parece importante, mañana ya no lo es

“No te pongas nervioso por nada porque lo que hoy te parece importante mañana ya no lo es”. Esto es lo que le dijo un amigo a Tito Vilanova cuando el entonces técnico del Barça se recuperaba de lo que parecía ser, en aquel momento, un cáncer que parecía estaba superando. Lo contaba él mismo en diciembre de 2012, con motivo del programa de La Marató contra el cáncer de Televisió de Catalunya.

Tito nos ha dejado tras luchar de manera incansable, pero también discreta y fuera de los focos públicos, contra una enfermedad, que desgraciadamente también afecta a muchas personas. Tito no ha sido el único –a lo largo de estos meses es posible que todos tengamos familiares, amigos y allegados que hayan pasado por la misma experiencia-, pero el hecho de ser una figura hace que este tipo de mensajes se retengan más en la memoria colectiva.

Quienes son conscientes de que llegan al final de su vida y en ocasiones después de batallar contra una enfermedad tienen siempre algo en común: antes o después valoran lo importante que es disfrutar de los suyos, de los pequeños momentos, de las experiencias personales y de todo aquello que, al fin y al cabo más importa. “Nos preocupamos mucho del trabajo cuando lo importante es vivir intensamente”, decía Tito.

Esto es algo que perciben los profesionales –enfermeras, médicos, auxiliares enfermeras o psicólogos- que acompañan las persones en sus últimos momentos de vida. Lo decía hace algunos meses, el doctor Marcos Gómez Sancho, jefe de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Doctor Negrín de Las Palmas, cuando recogía el Premio V de Vida que la Asociación Española contra el Cáncer le otorgaba por su trayectoria profesional.

Aseguraba Gómez Sancho: “Y nos van a enseñar a reorganizar nuestros valores, porque este enfermo al final de su vida nos va a decir su biografía, nos va a decir lo que le importa y lo que no. Han sido más de veinte mil pacientes acompañados, ni uno sólo al final echó de menos haber estado más horas en la oficina, o tener un apartamento más grande, o tener un coche más potente, ni uno, todos han echado de menos no haber estado más tiempo con los niños, no haber visto crecer a sus hijos de otra manera, no haber sido más solidarios, no haber oído más a Mozart o a Bach, y eso nos lo transmiten los pacientes, y nosotros escalonamos nuestros valores gracias a lo que aprendemos de los pacientes”.

Y es que acompañar a un familiar o un allegado al final de sus días es algo triste, impactante, desgarrador, pero ante todo es una gran lección de vida. En este mismo blog, a raíz de la pérdida de un amigo víctima también de cáncer, explicaba, hace algunos meses, las vivencias de sus más íntimos.

Han pasado los días y pese a que la vida continúa y se va recolocando, ya nada vuelve a ser como antes, porque las experiencias pesan. Al final de todo ello aprendemos la gran lección, algo que, pese a la vorágine del día a día, nunca deberíamos dejar de tener presente: hay que catar la vida hasta el final.

Morir en paz

¿Saben que el 60% de personas que fallecen en España lo hacen sin conocer exactamente el diagnóstico que les lleva hacia una muerte segura? Se trata de un atentado contra la decencia, que perpetúa la mentira e impide que la persona que acaba sus días lo haga con la posibilidad de escoger qué, cuándo, cómo y con quien quiere pasar sus últimas horas.

Estos no son datos míos, sino del médico experto en cuidados paliativos, el doctor Marcos Gómez, jefe de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Doctor Negrín de Las Palmas y miembro del recientemente creado Consejo Asesor del Grupo Mémora, quien esta semana ha protagonizado una conferencia en Madrid para hablar precisamente de ello: del abordaje de los últimos días y de la necesidad de morir en paz.

¿Qué es morir en paz? Morir en paz, cuando la muerte es el destino de una enfermedad terminal, es hacerlo sin el estrépito tecnológico que supone estar absolutamente rodeado de botellas, de tubos y otros artificios que lo único que conseguirán es alargarnos en vida unas horas más.

Morir en paz es poder acabar nuestros últimos meses de un cáncer terminal sin dolor, puesto que el tratamiento del dolor no es un capricho, ni debería ser un derecho al alcance de unos pocos, sino un derecho universal. Es también contar con un profesional que nos acompañe hasta el final y es hacerlo en un lugar cómodo, y en el que no tengamos restricciones de visitas. ¿Para qué?

Pues para podernos despedir de nuestra pareja, de nuestros familiares y de aquellos allegados más íntimos y hacerlo siguiendo con aquellos simbolismos que nosotros mismos hayamos escogido. Y es que en palabras del doctor Marcos Gómez, “hasta el último instante se pueden hacer cosas importantes”, como perdonar y ser perdonado, amar y ser amado y, en algunos casos, reconciliarse con aquel amigo, aquella hija o aquel hermano con el que nos distanciamos ya hace años.

Pero ante todo para poder afrontar los últimos meses y las últimas horas de vida y morir en paz se requiere conciencia de la situación. ¿Por qué, entonces, algunos familiares y también los propios profesionales se obstinan, en ocasiones, en ignorar los deseos del moribundo, tutelando su vida y sus decisiones, como si él no fuera el auténtico protagonista de su historia?

Nelson Mandela y los rituales como despedida

Nunca el funeral de un líder había acogido a tantos políticos de talantes distintos y personalidades de posicionamientos históricamente enfrentados. No recuerdo tampoco haber visto tanta emoción entre las personas que hoy se reunían en el estadio Soccer City de Johannesburgo para despedir a Madiba, quien durante los años 90 fue capaz de poner fin al apartheid que imperaba en su país.

Ante nuestros ojos de ciudadanos occidentales, seguramente algunos se han mostrado sorprendidos por las imágenes que nos llegaban a través de las conexiones en directo de los distintos canales de televisión. Miles de surafricanos coreando, cantando y bailando en homenaje y en recuerdo a su líder, a aquel Nelson Mandela, que finalmente condujo a la convivencia entre la población blanca y negra de su país.

¡Qué diferencia entre los rituales de aquí y de allá! En la mayoría de países africanos, especialmente los denominados países de África negra, las ceremonias de despedida no se traducen en expresiones de tristeza y recogimiento interior, algo que sí que marca nuestra tradición, especialmente marcada por la cultura católica.

Marta Rodríguez, una de las periodistas de Barcelona, que ya hace meses que vive en Sudáfrica, ofrecía el pasado viernes una conexión para la cadena televisiva Cuatro y se refería sobre ello en los siguientes términos: “A estas horas los sudafricanos prefieren cantar a llorar”.

Buen resumen para explicar un ritual y una forma de expresión que desde nuestro prisma podría vincularse más bien con la celebración por un exitoso resultado de un partido de fútbol y no por la ceremonia de despedida de un líder político tan estimado.

Al fin y al cabo quienes estos días han salido a las calles de Johannesburgo para dar su último adiós a Nelson Mandela lo han hecho con el ánimo de celebrar su aportación y su particular historia de vida, no su muerte. Definitivamente todavía tenemos mucho que aprender de ellos, aunque nos separen visiones y miradas culturales tan distintas.

“Yo me suicidé”

Se llama Esperanza y proclamó estas palabras, que suenas tan duras, ante el público que asistía a la estrena del documental Supervivientes, dirigido por Itziar Bernaola y Pablo Ferrán. Fue con motivo del Día Internacional del Superviviente a la Muerte por Suicidio, que en Barcelona organizó el pasado 16 de noviembre la Asociación Después del Suicidio, una entidad que agrupa a personas afectadas por esta situación y que pretende romper el tabú de la muerte por suicidio.

Esperanza es una mujer de más de 70 años que ayer por la mañana, pese al viento y la lluvia que caía en Barcelona, decidió asistir al Hospital de Sant Pau para compartir un sentimiento todavía muy íntimo. Y tras iniciarse el debate con los protagonistas del documental, muchos de ellos familiares de personas que se suicidaron, decidió dar un gran paso.

Se levantó de entre las últimas filas de la sala de actos, cogió el micrófono y espetó: “Yo me suicidé”. Quienes estábamos allí, unos todavía impactados por el documental y otros con el dolor visible en el rostro –porque allí había dolor, mucho dolor-, nos quedamos atónitos.

Primero fueron la vivencias de la Guerra civil española, de los aviones que sobrevolaban la ciudad y de las bombas y el sufrimiento de no saber nada del padre y después cuando ya se casó fueron los más de 30 años de malos tratos que recibió de su ya ex marido. “Me tomé más de 200 pastillas porque lo que quería era desaparecer de todo aquello”, explicó.

Pese a que lo intentó no lo consiguió. Porque unos días después abrió los ojos y vio que estaba viva. “Decidí que había dejado de ser aquella Esperanza y que a partir de allí debía aprovechar la oportunidad y convertirme en una nueva Esperanza, más positiva y más abierta a ayudar a todos”, argumentaba.

Y creo que lo ha conseguido, porque ayer estaba entre todos nosotros, con la fuerza de alguien que, de algún modo, se esforzaba en darnos a entender que había elegido volver a nacer, pese a que su ex marido, tras el suicidio, le había advertido que le gustaba la antigua Esperanza, la más sumisa.

Esperanza, que con este paso no hace más que dar todavía más valor a su nombre, tuvo ayer la oportunidad de conocer, a partir del documental Supervivientes, pero también del debate que se celebró después de la emisión, el sufrimiento de los familiares, que lejos de juzgar la decisión de las víctimas, intentaron analizar las claves y los sentimientos que les llevaron a procesar todo aquello.

“He pedido a algunos de mis hijos que me acompañaran hoy en esta reunión, pero finalmente he venido sola. Creo que hoy, cuando vuelva a casa les preguntaré a cada uno de ellos: ¿Qué sentimientos tuviste cuando yo me suicidé? ¿Cuáles fueron vuestros pensamientos? ¿Y ahora?”

Las entidades de apoyo a los supervivientes a la muerte por suicidio consiguieron ayer un nuevo trofeo: romper una lanza para acabar con el estigma y la vergüenza que todavía rodean estas muertes. Al menos lo consiguieron con esta mujer. Queda mucho trecho por andar, pero ante todo hay mucha esperanza para conseguirlo.