Morir en casa

Cada vez las personas tienden más a morir en el hospital, en las residencias geriátricas o en los centros sociosanitarios, o como mínimo es la sensación que tengo, aunque puede que mi percepción esté un poco condicionada por el hecho de vivir en un entorno urbano. De todos modos, la crisis económica parece que, últimamente, está modificando esta tendencia.

En cualquier caso, cuando se pregunta a las persones sanas dónde desearían morir, hay una gran mayoría que optarían por hacerlo en casa. Es decir, que al final la realidad y el deseo no siempre van de la mano.

En ello pensaba hace algunos días cuando salí de ver la película francesa Un doctor en la campiña, del director Thomas Lilti, protagonizada por François Cluzet y Marianne Denicourt. El largometraje cuenta la historia y la vida profesional del doctor Jean Pierre Werner, un médico de la zona rural del norte de Francia, que debe adaptarse a la llegada de una médico más joven, sin experiencia y recién incorporada a la profesión, Nathalie Delezia.

En el trasfondo de la relación entre ambos protagonistas se entremezclan las historias y vivencias de los vecinos de los pequeños pueblos que reciben las visitas de ambos médicos. Y el caso que me llamó más la atención es el de Monsieur Cluzet, un hombre ya muy mayor, con dificultades respiratorias, que recibe la ayuda constante en casa de una enfermera y las visitas semanales del doctor Werner, que cumple escrupulosamente con el compromiso de mantenerlo en su domicilio hasta el final de sus días.

El ritmo de la historia da un giro en el momento en que la doctora Delezia, a la vista de una crisis aguda respiratoria y siguiendo y analizando los condicionantes clínicos del paciente, decide su ingreso inmediato en el hospital. Días después, el doctor Werner opta, por su cuenta y riesgo, sacar al anciano del hospital para cumplir su palabra: dejar que éste muera en casa y proporcionarle todos los cuidados necesarios.

El doctor de la campiña logra así reunir en el domicilio de Monsieur Cluzet a todo un equipo formado por una trabajadora social, un fisioterapeuta, una cuidadora, una enfermera, la doctora Delezia, y él mismo, que actúa como director de orquesta. Cada uno tiene una responsabilidad, se le asigna un turno y una tarea, para finalmente proporcionar todo el acompañamiento y atención que requiere el anciano.

Las personas que lo desean deberían poder morir en casa, pero para que sea posible el sistema sanitario debe estar preparado con suficientes equipos de enfermeras, médicos, psicólogos y fisioterapeutas que garanticen el acompañamiento y el confort que requiere el paciente. Pero, tristemente, no siempre se cuenta con este apoyo y en el momento final muchas personas se ven obligadas a acabar muriendo en el hospital.

Monsieur Cluzet consigue unir su deseo con la realidad, ya que acaba muriendo en casa con el apoyo de todos los profesionales. ¿Podremos el resto decir lo mismo?

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